domingo, 26 de diciembre de 2010

Palos y astillas


¿Puede haber algo más deprimente que sacarse fotos de carné? Claro. Hacer la cola para renovar el DNI. Es la mejor manera de constatar que no somos nadie. Espero que el día del juicio final nos hagan un macro-proceso en plan sumarísimo. Si nos van a pasar revista uno a uno, prefiero declararme culpable y arder eternamente en las llamas del infierno, con tal de ahorrarme el papeleo.

En estas ensoñaciones metafísicas andaba yo el otro día esperando mi turno en las dependencias de la policía nacional, cuando una familia allí presente captó mi atención antropológica. De lo divino a lo humano, ya sabes. Padre y madre intentaban distraer a sus dos hijos varones, de unos cinco y ocho años, con villancicos, juegos de manos y demás carantoñas. La sintonía entre el padre y el hijo mayor era evidente. Se reían a carcajadas y sellaban las transiciones entre juego y juego con abrazos enérgicos. El hijo tocaba la nariz y la barba de su padre con ese asombro, a mitad de camino entre la admiración y el desagrado, que sienten los niños ante los volúmenes y texturas del cuerpo adulto. Movido por un impulso, el hijo besó a sus padre en los labios. Adiós sintonía paterno-filial. El padre, con tono serio, afirmó: “No me gusta que me des besos en los morros. Cuando seas mayor y tengas novia, le darás besos en la boca, pero a los chicos no”. El crío asintió con la cabeza sin perder la sonrisa, pero era evidente que se había abierto una pequeña fisura entre ambos. Inconscientemente, se desasió de sus brazos y fue a refugiarse en los de su madre. El padre no quiso dejar la lección a medias. Repitió el mensaje a su hijo menor.

Vayamos por partes. No me chupo el dedo. Sé que los padres no sólo son los reyes, sino que también son los máximos responsables de inculcarnos lo que es púdico en relación a nuestro género. Son ellos quienes enseñan a un chaval a no llevar falda, o a no retirarse la piel del prepucio sistemáticamente en una reunión social. Lo entiendo y lo comparto. Pero ser testigo involuntario del modo doméstico en el que se perpetúan estas movidas me dejó cierto poso de insatisfacción. En cierto modo, vi como se sacrifica la espontaneidad y la libertad en pos de la adaptación al grupo. No sólo nos aliena ser un número ante la administración pública. Ten hijos para esto, pensé. Por cierto. Feliz Navidad.

1 comentario:

Ira Keil dijo...

Ese padre se pierde lo mejor de la vida: los besos de tus hijos son la cosa más rica que se puede sentir y a la vez está privando a su hijo del calor y el afecto necesarios para una buena inteligencia emocional. Menudo carca de padre.
Zorionak!!